martes, 21 de junio de 2011

San Marcial 82 y los amigos de Zazpi...

ELENA ETXEGOYEN, CABALLERÍA 1982.


Elena Etxegoyen, abogada y política irunesa acaba der ser nombrada Consejera de la Comisión Nacional del Sector Postal, pero el nombramiento que hasta la fecha creemos le ha podido hacer más ilusión fue el de ser elegida Cantinera de Caballería en 1982. Charlamos con ella para ver cómo se viven los san marciales siendo "ex-cantinera".

En 1982 fuiste Cantinera de Caballería, ¿recuerdas cómo te comunicaron la noticia?
¡Cómo olvidarlo! Era un 22 de mayo, sábado. Esa tarde-noche se nombraba a la cantinera de Caballería, la primera del Alarde de 1982, era algo sabido pero ¡qué iba yo siquiera a pensar en esa posibilidad! Había quedado para ir a Hondarribi después de cenar y me estaban esperando en el Real Unión. Y mi ama, en el último momento, quería mandarme a la farmacia de guardia para que le comprara ya no recuerdo qué y andábamos las dos medio discutiendo en la cocina cuando llamaron al timbre de la puerta. No sé quién abrió, pero cuando aparecí en mitad del pasillo allí estaban, en el hall de la entrada, el General Patxo Rodriguez, sus ayudantes y el Comandante Beltza Apalategi. Y recuerdo que antes de decir nada sobre Alardes y cantineras Patxo se dio un abrazo de oso con mi aita, amigos desde niños, soldados los dos que fueron de la Compañía de Lapice. Y luego vino ya todo lo demás…

¿Cómo viviste los días previos, los preparativos?
La verdad es que con absoluta tranquilidad, cero nervios. Una vez quedó resuelta la cuestión del traje –tenéis que tener en cuenta que mi 1’77 de altura no cabía en ninguno de los que entonces te proporcionaba el Ayuntamiento-, un traje que finalmente me cosió la ama con la inestimable ayuda de Fraile, el sastre que tenía su taller en la Calle Iglesia y que era un maestro a la hora de confeccionar las guerreras de Caballería, todo discurrió como la seda. La peluquera, la de la ama de toda la vida, la misma que se empeñó en peinarme con una larga, larguísima cola de caballo el día de San Pedro; me maquillaba una amiga que estudiaba esteticienne y era la primera vez que hacía nada parecido y lo hizo como una auténtica profesional. Clari suele recordarme que la primera vez que me ví en el espejo, recién maquillada, la noche de presentación de las cantineras le dije algo así como, “Anda...! ¡Soy yo pero en guapa!!” y que fue entonces cuando a ella se le fueron todos los miedos; los guantes, la txapela, la fusta, el vestido blanco, el traje del día de San Pedro… no recuerdo ni un solo momento de mal rollo en todo ese asunto. Ni siquiera me agobié con el tema de montar a caballo teniendo en cuenta que nunca me había subido a uno, menos aún en silla de amazona.
La verdad es que los mandos de la compañía, la familia, los amigos, la cuadrilla… todo el mundo se volcó de una manera increíble para hacer de esos días el mejor preámbulo de un San Marcial único e inolvidable.

Alguna anécdota de entonces.
¡Son tantas! Ya os he comentado que yo no había montado nunca a caballo y aún así, a los tres días de subirme a uno en la hípica de Jaizubia, esos locos maravillosos que cuidaron de mi desde el primer momento me llevaron con ellos hasta el Santuario de Guadalupe, yo es que no me lo podía ni creer… Fue una mañanera increíble y yo me sentí capaz de comerme el mundo. Y con eso de que salía en Caballería ni nos acordamos en casa de que iba a necesitar un abanico para el día de presentación oficial de las cantineras. Y me veo el 28 de junio a media tarde sin abanico y con las tiendas cerradas. Y en eso que mi amiga Ana Ollo, Cantinera de Tamborrada, me dice que no me preocupe, que ella tiene tres y que me deja uno, un precioso abanico blanco con el escudo de Irun pintado a mano por su tío, que en aquellos San Marciales no había tiempo para agobios, todo se compartía… O cuando, aún no sé cómo, se me deshizo el moño justo antes de vestirme por la tarde y mi cuñada Jasone se puso manos a la obra y me peinó como si en lugar de médico fuera una profesional de la peluquería; o los ruegos de mi prima Lola a aquel guardia municipal –gaixoa, él no hacía otra cosa que su trabajo- que le decía que no, que no le dejaba pasar en coche porque el Paseo de Colón y no sé cuántas calles más estaban cerradas al tráfico y que hiciera el favor de darse la vuelta, y ella diciéndole que llevaba a una cantinera, que por favor, que andábamos con el tiempo justo, y yo muerta de miedo, que veía que por la historia del moño no llegaba a tiempo a la arrancada de la tarde. Pero no cedió y no sé ni cómo ni por dónde pero Lola, conduciendo con un cabreo del quince, me dejó justo a tiempo junto al puente viejo de la calle Santa Elena. Y al minuto de llegar arrancó el Alarde…

¿Qué tienes guardado en la memoria de aquel Alarde de hace 29 años?
Todo, absolutamente todo… la Arrancada, la cercanía y los aplausos de la gente en las aceras, en los balcones… la Banda de Música tocando el Joló camino de la parroquia, era como si me llevaran en volandas… la entrada en la calle Larretxipi y cómo me emocioné hasta la lágrima y no quería pestañear, y sólo distinguía sombras de color rojo a uno y otro lado de la calle… la subida al monte a caballo, la Misa de Campaña, las risas y los potes con los amigos, la amplitud del Paseo de Colón en el Alarde de la tarde, el rompan filas… Y el regalo que es para la Cantinera de Caballería la Revista de Armas de la víspera, esa tarde mágica del día de San Pedro, ay… Todo, absolutamente todo lo llevo guardado en mi memoria y en mi corazón.
Pero no puedo olvidar que fui la última cantinera de Patxo Rodriguez y la primera de José Antonio Apalategi, algo que me suele recordar cariñosamente el propio Beltza. Que no fue hasta el mismo día 28 de junio cuando se hizo oficial su nombramiento como General del Alarde ante la recaída de Patxo en su grave enfermedad. Es el único punto negro de aquel maravilloso San Marcial 1982. De hecho, Patxo Rodriguez moría a los pocos meses, el 10 de enero de 1983. Nunca lo olvidaré.

¿Cómo se viven los primeros San Marciales después de haber sido cantinera?
Yo no tuve un San Marcial del año después al uso, y me explico. Estudiaba 4º de Derecho y nos pusieron un examen el día 30 de junio por la tarde. Y no era la primera vez, que en segundo de carrera me examiné de Derecho Penal un día de San Marcial, vestida de riguroso blanco y bien calada la txapela, después de haber madrugado para ver el Alarde de la mañana y callejear, disfrutando del ambiente, hasta prácticamente la hora del examen. Recuerdo que mi cuñada nos prestó el coche y una amiga me acompañó a Donosti, esperó a que terminara en la cafetería de la facultad y nos volvimos de nuevo a Irun a seguir la fiesta. Lo cierto es que aprobé pero no las tuve todas conmigo.
Y en el 83, mi año después, no podía arriesgar ese aprobado. Digamos que tuve un ataque de responsabilidad y me marché a Donosti de víspera. Creo que nunca he estudiado con tanta concentración como en ese día y medio, parece mentira, seguro que para no recordar que mientras tanto en mi txoko, en Irun, estallaba la fiesta... Mi único recuerdo, pues, de los San Marciales del año 83 son los ensayos y el rompan filas del 30 de junio. Llegué de Donosti, después de hacer el examen, cuando quedaban sólo tres o cuatro compañías en la Plaza de San Juan y me paré en la esquina del Gaztelu. Recuerdo que hacia un viento sur muy fuerte y que la arena de la plaza de entonces volaba con ganas, y recuerdo a la Escolta de Caballería formada junto a la columna de San Juan Harri, con el General Apalategi saludando a las últimas compañías del Alarde. Todas las emociones de un día de San Marcial se concentraron ese año en unos pocos minutos, inolvidables. Por cierto, aprobé aquel examen pero no recuerdo de qué me examinaba, curioso ¿no?

Hoy en día, ¿haces algo especial para recordar aquel momento?
Pues la verdad es que no. En casa hemos vivido el día de San Marcial desde siempre, antes y después de haber sido cantinera, como si cada 30 de junio fuera especial. Y de hecho, así es. 

Como los diamantes, ¿una cantinera lo es para siempre? 
Sin duda, pero lo digo sin personalismo alguno, no se trata de ser o haber sido. Es, sencillamente, una cuestión de corazón, del sentimiento más íntimo de pertenencia a este pueblo. Irun es mi rincón en el mundo no importa dónde me encuentre.

Hablando de rincones, ¿eres de las que ve el Alarde siempre desde el mismo lugar?
Sí, soy de las que procura ver el Alarde, sobre todo el de la mañana, desde el mismo txoko: el mío ha sido siempre un trozo de acera de la c/ Iglesia, bien cerquita de la cuesta San Marcial, desde niña. Me encanta ver lo que mi ama me enseñó a mirar primero que nadie, seguro que porque a ella le emocionaba también... cómo forman las compañías en la Plaza San Juan, la entrada del General y oír cómo rompe el Joló de Tamborrada y Banda, y el Alarde que sale rumbo a la Iglesia del Juncal... Ese trozo de acera de la c/ Iglesia, ése es mi txoko.

Te sigue emocionando...
Tantas cosas… el Tu es Petrus en la Misa solemne del día de San Pedro, la entrega de la Bandera de Irun a la Compañía Bidasoa bajo los arkupes del Ayuntamiento, que no hay un ¡Gora Irun! o un ¡Gora San Marcial! que suenen como ésos, el Alarde por la Calle Escuelas a golpe de Joló y Marcha de San Marcial mientras resuenan las campanas de la Parroquia, el cabo de hacheros bajando resuelto y con paso firme la C/ Mayor en el Alarde de la tarde…

Un consejo para las cantineras de este año.
No soy demasiado amiga de consejos yo, pero me puede servir lo que en su día me dijeron a mí: “No dejes que nadie te ponga la txapela salvo tu ama o alguien en quien confíes tanto como en ella. Que una txapela bien calada hace que la sonrisa y el saludo de la cantinera sean inolvidables”. Es una forma de decirles que sean ellas mismas, que se sientan cómodas y libres, que pasen de ideas preconcebidas y agobios de todo tipo y que disfruten, desde el primer día, de todo lo que le rodea hasta el más pequeño detalle. Es que ni se imaginan..."

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