miércoles, 26 de junio de 2013

Alardes y derechos fundamentales.


____ Derechos Humanos, derechos fundamentales, conceptos que utilizamos constantemente y que creemos poder identificar sin sombra de duda de una manera natural, intuitiva... Son derechos consustanciales a la persona, incontestables, inconfundibles, fuera del alcance de cualquier poder político, digo que si nos dejamos llevar por la intuición cabrían cientos de definiciones y serían todas ellas acertadas y equivocadas en la misma proporción, incluyendo las que respondieran al socorrido “no sabe, no contesta”.

Nada más lejos en mi ánimo -ni ganas- que pontificar con esta particular reflexión, los púlpitos y los altavoces mediáticos son cosa de otros. Sólo es el punto de partida de una opinión personal acerca de la necesidad que algunos vienen mostrando en vincular Alarde y Derechos Humanos para denostar la posición de los defensores del Alarde Tradicional y desmerecer a como dé lugar sus argumentos, nuestros argumentos. Esfuerzo baldío, me temo. Pero la historia viene de lejos.

En estos días hace dieciséis años ya que pisé por primera vez el Parlamento Vasco. Acudí acompañando a miembros de Irungo Betiko Alardearen Aldekoak y su letrada, Ana Jauregui, invitados a la Comisión de Derechos Humanos que entonces presidía el actual Lehendakari, Iñigo Urkullu, año 1997. Una puerta a la que defensoras de la incorporación de la mujer-soldado a los Alardes habían llamado previamente con una intención, a mi entender, más que evidente: politizar el debate entonces incipiente y colocarlo, además, extramuros Irun y Hondarribi. Y lo consiguieron. Sigue siendo, además, su principal recurso de cara a recabar apoyos ya que, paradójicamente, no los concitan en su pueblo. Desde entonces han sido varias las ocasiones en las que la Cámara de Gasteiz ha sabido del tema pero dirigido ya, básicamente, a la Comisión de Interior, lo cual dice bastante de la deriva política del asunto. En cualquier caso, referente a aquella primera comparecencia diré, como resumen, que fue de trato exquisito, incomodidad manifiesta y envuelta en un halo de incredulidad que todavía hoy me reconocen muchos de los asistentes a la reunión, parlamentarios incluidos

A lo largo de estos años hemos conocido una variada serie de recursos y reclamaciones ante los Tribunales -fueran penales, civiles o contencioso-administrativos- en respuesta a esta o aquella resolución de los Alcaldes de Irun y Hondarribia, a denuncias de particulares o promovidas de oficio por una u otra institución. Ha habido, sin embargo, un procedimiento ciertamente singular e incoado a instancia de parte -seis particulares, mujeres de Irun- contra todos y cada uno de los entonces miembros de la Junta de Mandos, Estado Mayor y Junta del Alarde de San Marcial -alrededor de una treintena de particulares igualmente irundarras-. Nuestro delito, habernos responsabilizado de la organización y defensa del Alarde Tradicional, por otra parte delito honroso donde los haya. Y con esa sensación de responsabilidad, conscientemente asumida, enfrentamos ante el Juzgado de 1ª Instancia nº 3 de Irun la demanda 232/98 de Juicio Incidental de Protección de los Derechos Fundamentales. Se sobreentendía, de nuevo, que los derechos fundamentales a proteger eran los suyos, que los Derechos Humanos concernidos eran suyos también, que la defensa de tales valores sólo a ellas incumbía y que el bien jurídico a proteger, el único digno de mérito, era la voluntad de las seis demandantes y por extensión -que por otra parte ya es extender- el de cualquier otra que se apuntara a incorporarse como escopetera al Alarde organizado por estos particulares.

Quiero recordar que en aquel año 1998 dichas señoras, cualquier otra que así lo decidiera y todo varón que tuviera a bien acompañarlas en su gesta, tenían a su disposición un Alarde organizado por el Ayuntamiento de Irun en el que poder desfilar y celebrar lo que mejor consideraran. El mismo Alarde al que dieron la espalda ese año y los posteriores, el mismo que exigieron se pusiera de nuevo en marcha cuando aquel invento autodenominado Compañía OIASSO, de escaso éxito y participación, ya no dio más de sí. Ese Alarde Municipal que ellas mismas abortaron hasta dar con la fórmula del que es llamado ahora Alarde Público, que no es otra cosa que un desfile bajo autorización policial y de presupuesto tan seguro como desconocido. Lo cual es tan sólo un pequeño borrón en su intachable trayectoria -lo de la intervención policial en el asunto, digo- por cuanto los Derechos Fundamentales, los Derechos Humanos, la dignidad de la mujer y la lucha contra el talibán tradicionalista están vivos, a salvo y protegidos con la sola existencia de este colectivo. Sea el que sea. Amén.

Hay un tercer episodio que apenas hoy nadie recuerda, y sin embargo resultó, al menos para mí, de entre los más descorazonadores:  me refiero a que,  hace ya unos años y en uno de los libros de texto utilizados en la Escuela Pública Vasca, la imagen que ilustraba el capítulo correspondiente a los valores cívicos y la defensa de los Derechos Humanos era una fotografía a todo color de la conocida como Compañía Jaizkibel, de Hondarribia. Nunca supe, ni supimos, quién tomo la decisión, nadie en la Consejería de Educación parecía querer asumir dicha responsabilidad, aquello era un pase de pelota continuo y descarado. Y muy esclarecedor porque, si tan certera era la conexión entre la imagen y los valores que decía defender, ¿a qué ese mutismo, ese echar balones fuera?, ¿por qué la Consejería no afianzó dicha decisión en el curso siguiente?, ¿no será que adoctrinar es incompatible con educar, con enseñar?, ¿no será que con la enseñanza no se juega?, ¿no será, será?

Pero el terreno del arte y la creación es otra cosa, aquí impera la libertad del creador, del contador de historias. Cuestión distinta es otorgar carta de naturaleza al relato de turno. Y el que toca este año tiene forma de documental y fue presentado, hace apenas un par de meses, en el XI Festival de Cine y Derechos Humanos de San Sebastián, bajo el título Alardearen seme-alabak (2013). No entro a juzgar la obra de Jone Carres y Eneko Olasagasti entre otras razones porque aún no la he visto. Lo haré, no tengo por qué no hacerlo. Pero si es como dice la noticia de Agencia EFE fechada a 22-04-2013 y su productor lo resume con un rotundo yo entiendo qué es lo que pasa, es que no quieren que cambie, en referencia a quienes defendemos el Alarde Tradicional, pues me temo que, una vez más, me voy a encontrar con más de lo mismo o sea apenas con nada. Por mucho ZINEMALDI que valga.  

Llegado este punto habrá quien ya se diga que me dejo llevar por la intuición, por los prejuicios, pero no. Es la experiencia acumulada de años, los dieciséis últimos sin ir más lejos, la que habla. Y me dice que estamos ante una nueva oportunidad perdida. Y lo digo por ellos, por los detractores del Alarde. Porque si la visión de la jugada es de cada cual, la obra de arte de quien la firma y las opiniones propias, los Derechos Humanos o son de todos y para todos o no son, que lo fundamental o es de todos o no es de nadie, que o se llama a cada cosa por su nombre o todo será caminar en círculo. Y esa película, nunca mejor dicho, no es la nuestra. Que el Alarde de San Marcial, también el de Hondarribia, llevan siglos avanzando. Y lo que les queda.______


Elena Etxegoyen Gaztelumendi
(Publicado en la Revista BIDASOALDEA - Junio 2013)





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