Cantos rodados y letras afiladas, recuerdos, guiños literarios, inquietudes... La vida, mis cosas y yo.
sábado, 31 de agosto de 2013
lunes, 26 de agosto de 2013
Las palabras, maestría. Cortázar 3...
Conferencia de Julio
Cortázar, Madrid (1981)
__________ Si algo sabemos los escritores es que las palabras
pueden llegar a cansarse y a enfermarse, como se cansan y se enferman los
hombres o los caballos. Hay palabras que a fuerza de ser repetidas, y muchas
veces mal empleadas, terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad.
En vez de brotar de las bocas o de la escritura como lo que fueron alguna vez,
flechas de la comunicación, pájaros del pensamiento y de la sensibilidad, las
vemos o las oímos caer corno piedras opacas, empezamos a no recibir de lleno su
mensaje, o a percibir solamente una faceta de su contenido, a sentirlas corno
monedas gastadas, a perderlas cada vez más como signos vivos y a servirnos de
ellas como pañuelos de bolsillo, como zapatos usados. Los que asistimos a
reuniones como ésta sabemos que hay palabras-clave, palabras-cumbre que
condensan nuestras ideas, nuestras esperanzas y nuestras decisiones, y que
deberían brillar como estrellas mentales cada vez que se las pronuncia. Sabemos
muy bien cuales son esas palabras en las que se centran tantas obligaciones y
tantos deseos: libertad, dignidad, derechos humanos, pueblo, justicia social,
democracia, entre muchas otras. Y ahí están otra vez esta noche, aquí las
estamos diciendo porque debemos decirlas, porque ellas aglutinan una inmensa
carga positiva sin la cual nuestra vida tal como la entendemos no tendría el
menor sentido, ni como individuos ni como pueblos. Aquí están otra vez esas
palabras, las estamos diciendo, las estamos escuchando Pero en algunos de
nosotros, acaso porque tenemos un contacto más obligado con el idioma que es
nuestra herramienta estética de trabajo, se abre paso un sentimiento de
inquietud, un temor que sería más fácil callar en el entusiasmo y la fe del
momento, pero que no debe ser callado cuando se lo siente con fuerza y con la
angustia con que a mí me ocurre sentirlo. Una vez más, como en tantas
reuniones, coloquios, mesas redondas, tribunales y comisiones, surgen entre
nosotros palabras cuya necesaria repetición es prueba de su importancia, pero a la vez se diría que esa reiteración las está como limando, desgastando,
apagando. Digo: libertad, digo: democracia, y de pronto
siento que he dicho esas palabras sin haberme planteado una vez más su sentido
más hondo, su mensaje más agudo. Y siento también que muchos de los que las
escuchan las están recibiendo a su vez como algo que amenaza convertirse en un
estereotipo, en un cliché sobre el cual todo el mundo está de acuerdo porque ésa
es la naturaleza misma del cliché y del estereotipo: anteponer un lugar común a
una vivencia, una convención a una reflexión, una piedra opaca a un pájaro
vivo.
¿Con qué derecho digo aquí estas cosas? Con el simple derecho de alguien
que ve en el habla el punto más alto que haya escalado el hombre buscando
saciar su sed de conocimiento y de comunicación, es decir, de avanzar
positivamente en la historia como ente social y de ahondar como individuo en
el contacto con sus semejantes. Sin la palabra no habría historia y tampoco
habría amor, seriamos, como el resto de los animales, mera sexualidad. El habla
nos une como parejas, como sociedades, como pueblos. Hablamos porque somos,
pero somos porque hablamos. Y es entonces que en las encrucijadas críticas, en
los enfrentamientos de la luz contra la tiniebla, de la razón contra la
brutalidad, de la democracia contra el fascismo, el habla asume un valor
supremo del que no siempre nos damos plena cuenta. Ese valor, que debería ser
nuestra fuerza diurna frente a las acometidas de la fuerza nocturna, ese valor
que nos mostraría con una máxima claridad el camino frente a los laberintos y
las trampas que nos tiende el enemigo, ese valor del habla lo manejamos a veces
como quien pone en marcha su automóvil o sube la escalera de su casa,
mecánicamente, casi sin pensar, dándolo por sentado y por válido, descontando que
la libertad es la libertad y la justicia es la justicia, así tal cual y sin
más, como el cigarrillo que ofrecemos o que nos ofrecen.
Hoy, en que tanto en
España como en muchos países del mundo se juega una vez más el destino de los
pueblos frente al resurgimiento de las pulsiones más negativas de la especie,
yo siento que no siempre hacemos el esfuerzo necesario para definirnos
inequívocamente en el plano de la comunicación verbal, para sentirnos seguros
de las bases profundas de nuestras convicciones y de nuestras conductas
sociales y políticas. Y eso puede llevarnos en muchos casos sin conocer a fondo
el terreno donde se libra la batalla y donde debemos ganarla. Seguimos dejando
que esas palabras que transmiten nuestras consignas, nuestras opciones y nuestras
conductas, se desgasten y se fatiguen a fuerza de repetirse dentro de moldes
avejentados, de retóricas que inflaman la pasión y la buena voluntad pero que
no incitan a la reflexión creadora, al avance en profundidad de la
inteligencia, a las tomas de posición que signifiquen un verdadero paso
adelante en la búsqueda de nuestro futuro. Todo esto sería acaso menos grave
si frente a nosotros no estuvieran aquellos que, tanto en el plano del idioma
como en el de los hechos, intentan todo lo posible para imponernos una
concepción de vida, del estado, de la sociedad y del individuo basado en el
desprecio elitista, en la discriminación por razones raciales y económicas, en
la conquista de un poder omnímodo por todos los medios a su alcance, desde la
destrucción física de pueblos enteros hasta el sojuzgamiento de aquellos grupos
humanos que ellos destinan a la explotación económica y a la alienación
individual.
Si algo distingue al fascismo y al imperialismo como técnicas de infiltración
es precisamente su empleo tendencioso del lenguaje, su manejo de servirse de
los mismo conceptos que estamos utilizando aquí esta noche para alterar y
viciar su sentido más profundo y proponerlos como consignas de su ideología.
Palabras como patria, libertad y civilización saltan como conejos en todos sus
discursos, en todos sus artículos periodísticos. Pero para ellos la patria es
una plaza fuerte destinada por definición a menospreciar y a amenazar a
cualquier otra patria que no esté dispuesta a marchar de su lado en el desfile
de los pasos de ganso. Para ellos la libertad es su libertad, la de una minoría
entronizada y todopoderosa, sostenida ciegamente por masas altamente
masificadas. Para ellos la civilización es el estancamiento en un conformismo
permanente, en una obediencia incondicional. Y es entonces que nuestra excesiva
confianza en el valor positivo que para nosotros tienen esos términos puede
colocarnos en desventaja frente a ese uso diabólico del lenguaje. Por la muy
simple razón de que nuestros enemigos han mostrado sus capacidad de insinuar,
de introducir paso a paso un vocabulario que se presta como ninguno al engaño,
y si por nuestra parte no damos al habla su sentido más auténtico y verdadero,
puede llegar el momento en que ya no se vea con la suficiente claridad la
diferencia esencial entre nuestros valores políticos y sociales y los de
aquellos que presentan sus doctrinas vestidas con prendas parecidas; puede
llegar el día en que el uso reiterado de las mismas palabras por unos y por
otros no deje ver ya la diferencia esencial de sentido que hay en términos
tales como individuo, como justicia social, corno derechos humanos, según que
sean dichos por nosotros o por cualquier demagogo del imperialismo o del
fascismo. Hubo un tiempo, sin embargo, en que las cosas no fueron así.
Basta
mirar hacia atrás en la historia para asistir al nacimiento de esas palabras en
su forma más pura, para asentir su temblor matinal en los labios de tantos
visionarios, de tantos filósofos, de tantos poetas. Y eso, que era expresión de
utopía o de ideal en sus bocas y en sus escritos, habría de llenarse de
ardiente vida cuando una primera y fabulosa convulsión popular las volvió
realidad en el estallido de la Revolución Francesa. Hablar de libertad, de
igualdad y de fraternidad dejó entonces de ser una abstracción del deseo para
entrar de lleno en la dialéctica cotidiana de la historia vivida. Y a pesar de
las contrarrevoluciones, de las traiciones profundas que habrían de encarnarse
en figuras como la de Napoleón Bonaparte y de las de tantos otros, esas
palabras conservaron su sabor más humano, su mensaje más acuciante que despertó
a otros pueblos, que acompañó el nacimiento de las democracias y la liberación
de tantos países oprimidos a lo largo del siglo XIX y la primera mitad del nuestro.
Esas palabras no estaban ni enfermas ni cansadas, a pesar de que poco a poco
los intereses de una burguesía egoísta y despiadada empezaba a recuperarlas
para sus propios fines, que eran y son el engaño, el lavado de cerebros
ingenuos o ignorantes, el espejismo de las falsas democracias como lo estamos
viendo en la mayoría de los países industrializados que continúan decididos a
imponer su ley y sus métodos a la totalidad del planeta. Poco a poco esas
palabras se viciaron, se enfermaron a fuerza de ser viciadas por las peores
demagogias del lenguaje dominante. Y nosotros, que las amamos porque en ellas
alienta nuestra verdad, nuestra esperanza y nuestra lucha, seguimos diciéndolas
porque las necesitamos, porque son las que deben expresar y transmitir nuestros
valores positivos, nuestras normas de vida y nuestras consignas de combate. Las
decimos, si, y es necesario y hermoso que así sea; pero ¿hemos sido capaces de
mirarlas de frente, de ahondar en su significado, de despojarlas de la
adherencias, de falsedad, de distorsión y de superficialidad con que nos han
llegado después de un itinerario histórico que muchas veces las ha entregado y
las entrega a los peores usos de la propaganda y la mentira? Un ejemplo entre
muchos puede mostrar la cínica deformación del lenguaje por parte de los
opresores de los pueblos. A lo largo de la segunda guerra mundial, yo escuchaba
desde mi país, la Argentina, las transmisiones radiales por ondas cortas de los
aliados y de los nazis. Recuerdo, con asco que el tiempo no ha hecho más que
multiplicar, que las noticias difundidas por la radio de Hitler comenzaban cada
vez con esta frase: Aquí Alemania, defensora de la cultura». Si, ustedes me han
oído bien, sobre todo ustedes los mas jóvenes para quienes esa época es ya
apenas una página en el manual de historia. Cada noche la voz repetía la misma
frase: Alemania, defensora de la cultura. La repetía mientras millones de
judíos eran exterminados en los campos de concentración, la repetía mientras
los teóricos hitleristas proclamaban sus teorías sobre la primacía de los arios
puros y su desprecio por todo el resto de la humanidad considerada como
inferior.
La palabra cultura, que concentra en su infinito contenido la definición más
alta del ser humano, era presentada como un valor que el hitlerismo pretendía
defender con sus divisiones blindadas, quemando libros en inmensas piras,
condenando las formas más audaces y hermosas del arte moderno, masificando el
pensamiento y la sensibilidad de enormes multitudes. Eso sucedía en los años
cuarenta, pero la distorsión del lenguaje es todavía peor en nuestros días,
cuando la sofisticación de los medios de comunicación la vuelve aún más
eficaz y peligrosa puesto que ahora franquea los últimos umbrales de la vida
individual y, desde los canales de la televisión o las ondas radiales puede
invadir y fascinar a quienes no siempre son capaces de reconocer sus verdaderas
intenciones. Mi propio país, la Argentina, proporciona hoy otro ejemplo de esta
colonización de la inteligencia por deformación de las palabras. En momentos en
que diversas comisiones internacionales investigaban las denuncias sobre
los miles y miles de desaparecidos en el país, y daban a conocer informes
aplastantes donde todas las formas de violación de derechos humanas aparecían
probadas y documentadas; la junta militar organizó una propaganda basada en el
siguiente slogan: Los argentinos somos derechos y humanos. Así, esos dos
términos indisolublemente ligados desde la Revolución Francesa y en nuestros
días por la Declaración de las Naciones Unidas, fueron insidiosamente
separados y la noción de derecho pasó a tomar un sentido totalmente disociado
de su significación ética, jurídica y política para convertirse en el elogio
demagógico de una supuesta manera de ser de los argentinos. Véase como el
mecanismo de ese sofisma se vales de las mismas palabras: como somos derechos y
humanos, nadie puede pretender que hemos violado los derechos humanos. Y todo
el mundo puede irse a la cama en paz. Pero acaso no haya en estos momentos una
utilización mas insidiosa del habla que la utilizada por el imperialismo
norteamericano para convencer a su propio pueblo y a los de sus aliados
europeos de que es necesario sofocar de cualquier manera la lucha
revolucionaria en El Salvador. Para empezar se escamotea el termino revolución, a fin de negar el sentido esencial de la larga y dura lucha del
pueblo salvadoreño por su libertad -otro término que es cuidadosamente
eliminado-; todo se reduce así a lo que se califica de enfrentamientos entre grupos
de ultraderecha y de ultraizquierda -estos últimos denominados siempre como marxistas-), en medio de los cuales la junta de gobierno aparece como agente
de moderación y de estabilidad que es necesario proteger a toda costa. La
consecuencia de este enfoque verbal totalmente falseado tiene por objeto
convencer a la población norteamericana de que frente a toda situación
política considerada como inestable en los países vecinos, el deber de los
Estados Unidos es defender la democracia dentro y fuera de sus fronteras, con
lo cual ya tenemos bien instalada la palabra democracia en un contexto con el que
naturalmente no tiene nada que ver. Y así podíamos seguir pasando revista al
doble juego de escamoteos y de tergiversaciones verbales que, como se puede
comprobar cien veces, golpea a las puertas de nuestro propio discurso político
con las armas de la televisión, de la prensa y del cine, para ir generando una
confusión mental progresiva, un desgaste de valores, una lenta enfermedad del
habla, una fatiga contra la que no siempre luchamos como deberíamos hacerlo.
¿Pero en qué consiste ese deber? Detrás de cada palabra está presente el hombre
como historia y como conciencia, y es en la naturaleza del hombre donde se hace
necesario ahondar a la hora de asumir, de exponer y de defender nuestra
concepción de la democracia y de la justicia social. Ese hombre que pronuncia
tales palabras, ¿está bien seguro de que cuando habla de democracia abarca el
conjunto de sus semejantes sin la menor restricción de tipo étnico, religioso o
idiomático? Ese hombre que habla de libertad, ¿está seguro de que en su vida
privada, en el terreno del matrimonio, de la sexualidad, de la paternidad o la
maternidad, está dispuesto a vivir sin privilegios atávicos, sin autoridad
despótica, sin machismo y sin feminismo entendidos como recíproca sumisión de
los sexos? Ese hombre que habla de derechos humanos, ¿está seguro de que sus
derechos no benefician cómodamente de una cierta situación social o económica
frente a otros hombre que carecen de los medios o la educación necesarios para
tener conciencia de ellos y hacerlos valer?
Es tiempo de decirlo: las hermosas
palabras de nuestra lucha ideológica y política no se enferman y se fatigan por
sí mismas, sino por el mal uso que les dan nuestros enemigos y que en muchas
circunstancias les damos nosotros. Una crítica profunda de nuestra naturaleza,
de nuestra manera de pensar, de sentir y de vivir, es la única posibilidad que
tenemos de devolverle al habla su sentido más alto, limpiar esas palabras que
tanto usamos sin acaso vivirlas desde adentro, sin practicarlas autenticamente
desde adentro, sin ser responsables de cada una de ellas desde lo más hondo de
nuestro ser. Sólo así esos términos alcanzarán la fuerza que exigimos en ellos,
sólo así serán nuestros y solamente nuestros. La tecnología le ha dado al
hombre máquinas que lavan las ropas y la vajilla, que le devuelven el brillo y
la pureza para su mejor uso. Es hora de pensar que cada uno de nosotros tiene
una máquina mental de lavar y que esa máquina es su inteligencia y su
conciencia, con ella podemos y debemos lavar nuestro lenguaje político de
tantas adherencias que lo debilitan. Sólo así lograremos que el futuro responda
a nuestra esperanza y a nuestra acción, porque la historia es el hombre y se hace
a su imagen y a su palabra. ________________________
Poesía, prosa, Cortázar...
Poema 2
Empapado de abejas
en el viento asediado de vacío
vivo como una rama,
y en medio de enemigos sonrientes
mis manos tejen la leyenda,
crean el mundo espléndido,
esa vela tendida...
Instrucciones para subir una escalera al revés
______________________ En un lugar de la bibliografía del que no quiero acordarme, se explicó alguna vez que hay escaleras para subir y escaleras para bajar; lo que no se dijo entonces es que también puede haber escaleras para ir hacia atrás. Los usuarios de estos útiles artefactos comprenderán, sin excesivo esfuerzo, que cualquier escalera va hacia atrás si uno la sube de espaldas, pero lo que en esos casos está por verse es el resultado de tan insólito proceso. Hágase la prueba con cualquier escalera exterior. Vencido el primer sentimiento de incomodidad e incluso de vértigo, se descubrirá a cada peldaño un nuevo ámbito que, si bien forma parte del ámbito del peldaño precedente, al mismo tiempo lo corrige, lo critica y lo ensancha. Piénsese que muy poco antes, la última vez que se había trepado en la forma usual por esa escalera, el mundo de atrás quedaba abolido por la escalera misma, su hipnótica sucesión de peldaños; en cambio, bastará subirla de espaldas para que un horizonte limitado al comienzo por la tapia del jardín, salte ahora hasta el campito de los Peñaloza, abarque luego el molino de la Turca, estalle en los álamos del cementerio y, con un poco de suerte, llegue hasta el horizonte de verdad, el de la definición que nos enseñaba la señorita de tercer grado. ¿Y el cielo? ¿Y las nubes? Cuéntelas cuando esté en lo más alto, bébase el cielo que le cae en plena cara desde su inmenso embudo. A lo mejor después, cuando gire en redondo y entre en el piso alto de su casa, en su vida doméstica y diaria, comprenderá que también allí había que mirar muchas cosas en esa forma, que también en una boca, un amor, una novela, había que subir hacia atrás. Pero tenga cuidado, es fácil tropezar y caerse. Hay cosas que sólo se dejan ver mientras se sube hacia atrás y otras que no quieren, que tienen miedo de ese ascenso que las obliga a desnudarse tanto; obstinadas en su nivel y en su máscara se vengan cruelmente del que sube de espaldas para ver lo otro, el campito de los Peñaloza o los álamos del cementerio. Cuidado con esa silla, cuidado con esa mujer. ___________
- Historias de Cronopios y Famas -
- Historias de Cronopios y Famas -
Ixelle- Gran Bruselas (Bélgica) , 26 de agosto de 1914.
Y con él, 99 años de luz y literatura.
Loado sea quien supo afilar sus lápices.
Digo Julio Florencio Cortázar Descotte.
Decimos Julio Cortázar...
martes, 20 de agosto de 2013
jueves, 15 de agosto de 2013
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