sábado, 25 de abril de 2015

San Marcos, opilaren eguna.



                   Hasta hace poco más de medio siglo se celebraba en Irun la festividad de San Marcos, el día 25 de abril, con una procesión bendiciendo los campos para proteger las cosechas. Un año se recorrían los "montes altos" y otro los "montes pequeños". Como el recorrido duraba a veces todo el día la gente iba provista de comida. Ese es el origen de la opilla, que en un principio fue de pan, más tarde de una pasta especial que se denominaba piper-opilla y ahora de una tarta de bizcocho o de almendra.
La procesión iba precedida de un estandarte de San Marcos. También se llevaba una cruz de cerca de tres metros de altura adornada con una corona de laurel con frutas, mazorcas de maíz, hortalizas y espigas de trigo. El último portador de esta cruz fue don Fermin Sarasola, del caserío Auzokalte, fallecido hace unos años.
Cuando tocaba el turno a los montes altos la procesión salía de la iglesia parroquial y, atravesando el Paseo de Colón por los caseríos del barrio de Anaka y Ventas, se dirigía a las minas de San Narciso. Luego subía por los montes hasta Pikoketa donde todo el mundo se detenía a comer. El regreso se efectuaba por Zamora, Luberri y Martindozenea. Generalmente solía llegar al alto de Olazabal hacia las dos de la tarde. 
Cuando correspondía a los montes bajos la procesión salía de la iglesia a las seis y media de la mañana. Se hacía el mismo recorrido hasta las minas de San Narciso y luego, sin subir más arriba, se volvía a Martindozenea y Olazabal por Urunea y Luberri. En cualquiera de los dos recorridos, se rezaban responsos en las cruces del camino. La última cruz, estaba en Artaleku. Parte del cabildo esperaba en Olazábal, con cruz alzada y en el parque, donde actualmente están construyendo hermosas villas, aguardaban los niños del pueblo con sus opillas de pan. Cantando las letanías, se dirigían todos a la iglesia donde, después de bendecir las opillas, se daba por terminada la procesión de San Marcos.
El Ayuntamiento obsequiaba a los que iban en la procesión de San Marcos con varias arrobas de vino en pellejos que se repartía en Aritxulegi. Hacia los años 1891 y 1.892 al bajar de Arichulegi se perdieron en la niebla, los muchachos Miguel y Manuel Sánchez y Manuel Muiño. Sus familiares, al comprobar su desaparición, dieron parte a las autoridades e inmediatamente salieron todos los guardamontes en su busca pero nada pudieron conseguir pues la niebla era densísima. Al día siguiente el alcalde de Oyarzun avisó que los tres muchachos habían sido recogidos por un pastor de Arichulegi y que se dirigían a Irun acompañados de un agente municipal.

De "Diccionario del Bidasoa" de Luis de Uranzu
Revista EL BIDASOA -1959/10/31




Desaparecida esta procesión, lo que si se mantuvo fue la costumbre de los panecillos (ogi-pilla o tarta de pan) que se vendían, con más o menos huevos, en las panaderías locales. 

Cuentan que, pasado el tiempo y pensando en el opari de San Marcos para su ahijada, a una encopetada dama de Irun se le ocurrió sustituir el pan por bizcocho. Hizo el encargo a una pastelería local, Chocolates Elgorriaga, que entonces se ubicaba en el número 28 de la C/ Larretxipi. La idea del dulce sustituyendo a la ogi-pilla se fue extendiendo y el bizcocho, decorado con huevos duros y yemas, sustituyó definitivamente a la más modesta tarta de pan.


En este mismo obrador también tienen su origen los huevos tintados de rosa que adornan las actuales opillas, algo que surgió no por encargo sino por casualidad…

Una de las más cuidadas especialidades de la pastelería de los Elgorriaga eran las almendras garrapiñadas que se preparaban en un gran puchero de cobre. En cierta ocasión, para eliminar los restos de azúcar que indefectiblemente quedaban adheridos en él tras garrapiñar lo que tocara, los oficiales pasteleros llenaron de agua el caldero y la pusieron a calentar. Momento en el que alguno de los presentes tuvo la feliz ocurrencia de aprovechar el agua en ebullición para cocer en ella los huevos que habían de prepararse para las opillas, comprobando con asombro que del putxero en cuestión salieron tintados de un llamativo color rosa.

El “invento” tuvo tal aceptación popular que, oye, desde entonces hasta hoy.