Una de cine... 💓💓💓
Ni siquiera se le podÃa llamar habitación. Era un cuarto interior y sin pintar que estaba al fondo del larguÃsimo pasillo de la casa de la amona. OlÃa a cerrado, serrÃn y madera vieja. No en vano el único hueco de ventana que tenÃa, casi pegado al techo, era apenas un ventanuco que nunca se abrÃa y que, de abrirse, daba a la carpinterÃa del aitona Roman. Un cuarto, casi oscuro, que un dÃa la ama acondicionó para mi.
Le dio una mano de pintura gris claro, despejó las baldas que ocupaban la escuadra izquierda de la pared hasta entonces repletas de cacharros de todo tipo, inservibles, apartados o simplemente olvidados, y vació de cajas viejas y vacÃas el interior del armario que, pareciéndolo, no lo era, y que tenia la culpa de que el cuarto pareciera, no siéndolo, tan pequeño. Es que cuando abrÃas las puertas de ese no armario, cuatro hojas de madera sin pulir y sin zócalo, te encontrabas con nada, tras ellas sólo habÃa hueco. Un hueco enorme, eso sÃ, y lleno de polvo, una especie de habitación dentro de otra, a mi me fascinaba...
Colocó allà dentro un raÃdo baúl que fuimos llenando de ropas de otras épocas, vestidos viejos, restos de lo que fueron tocados de fiesta, mantones, adornos, puntillas y cintas y algún elegante sombrero. Una especie de casa de los disfraces que, con el paso del tiempo, necesitó de un segundo cajón y más tarde de un tercero. Un taburete bajo en el que me sentaba para mirar a ver esos baúles, se quedó definitivamente fuera cuando, recuerdo ahora, el Olentzero me trajo una bici por Navidad y le hicimos espacio en el lateral izquierdo de ese hueco-maravilla en el que, ahora sÃ, ya no quedaba sitio para nada más salvo mi manos de niña para ordenar, doblar y volver a doblar y ordenar otra vez, como si fueran mis mejores galas, tanto trapo viejo.
¿El resto del cuarto? Un tablero de chapa-cumen clavado en la pared, una tabla sobre dos caballetes que pasó a ser la mesa perfecta, una bombilla en condiciones y la puesta a punto del interruptor de la luz que no estaba el pobre para muchas novedades.
Ella ni siquiera se dio cuenta... la ama era sencillamente asÃ, asà lo era conmigo, conmigo habÃa lo que siempre estaba o de más o de sobra... digo que con aquello me regaló mi primer lugar en el mundo, mi territorio, un espacio propio y sólo para mi. Y que cada vez fui haciendo un poco más mÃo... mis primeros libros, todos los que vinieron después, los juegos que se iban quedando atrás, no sé... el Exin-Castillos, el de quÃmica, creo que tuve uno de magia... los singles y el comediscos rojo, la vieja Larousse del aita, la guitarra, revistas de cine, de música, de labores, los apuntes del cole, fotos de chicos pegadas con celo a la madera, poemas escondidos, el primer cassette... Y todos mis tesoros.
El primero de ellos llegó no sé ni cómo, seguramente era un trasto más de entre la colección de cachivaches acumulados en aquel cuarto cuando sólo era el cuarto oscuro del final del pasillo. Lo cierto es que un dÃa me la encontré sobre una de las baldas, ya limpias y casi vacÃas, siempre he pensado que fue cosa de la amona Bale... Le habÃan quitado el polvo, cuidadosamente, pero poquito más se habÃa podido hacer, tenÃa manchas de humedad y alguna de sus esquinas estaba rota, casi podrida. Eso sÃ, lo que se tenÃa que ver se distinguÃa perfectamente.
Era una tablilla rectangular de cartón piedra, muy parecida a aquellas otras que solÃan colocarse en los escaparates de los cines para anunciar la peli de la semana o el próximo estreno, pero era más pequeña y mucho más vieja. La imagen parecÃa coloreada con esos tonos pastel tan caracterÃsticos de las postales vintage aunque no podrÃa asegurarlo, no lo recuerdo bien. Pero a él si, perfectamente, en el centro de la imagen y vestido de oscuro, lo que hacÃa resaltar el blanco de las teclas blancas y el fuelle del acordeón. HabÃa también algo escrito que ya no recuerdo. Pero a él sÃ, tan joven, tan guapo, tan-tan guapo mi tÃo Carlos... No me cansaba de mirar, de mirarlo, el tÃo Carlos, ¡actor de cine! O no, o casi, o qué más me daba...
Esa tablilla fue lo primero que colgué del alto de la estanterÃa. Y era lo primero que se veÃa y te echabas a la cara cuando encendÃas la luz de ese cuarto que un dÃa fue oscuro pero ya nunca más. Porque aunque el incendio de diciembre del 74 se llevó por delante cuarto, casa y carpinterÃa, lo cierto es que dejó intacto todo lo demás. Porque no hay mejor corta-fuegos que una infancia feliz y todos los recuerdos.
Él, mi amigo Manuel, D. Manuel Fernández de Ollo, sonrÃo... es quién recuperó estas imágenes, imborrables ya, de no sé qué archivo histórico de a saber qué cinemateca. Lo que él no sabe es que me regaló, o me devolvió, un trozo de mÃ. Algo asà como una nueva tablilla de amor y cartón-piedra pero depositada, esta vez, sobre la balda gaztelumendi de mi corazón.
Nere osaba maitea... ay...
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