viernes, 13 de junio de 2014

MENTIRAS, MEDIAS VERDADES y CINTAS DE VÍDEO.




_______ Hace sólo unos días una persona a la que admiro y me conoce bien reflexionaba en voz alta ante quienes le habían pedido su opinión en el tema del Alarde, eterno comodín del público en cualquier charla, mesa redonda o conferencia que verse sobre políticas de igualdad. No digo siempre y en cualquier lugar, no. Digo por estas fechas y en nuestra comarca. Y cuando digo nuestra me refiero también allí hasta donde llega el interés particular y mediático de quienes saben que, para ganar, deben jugar sus cartas fuera de Irun y Hondarribia porque aquí pierden cada año por goleada.


Decía que le preguntaron su opinión y ella respondió como suele, directa y razonadamente, para terminar buscándome entre quienes esperábamos y decirme: Es así. Quienes defendéis el Alarde tradicional no tenéis ningún argumento para justificar, en pleno siglo XXI y en una sociedad que ha conquistado el derecho a la plena igualdad entre hombres y mujeres, que los unos puedan desfilar y las otras no. No pueden porque son mujeres y eso, se le llame como queramos, es discriminación. Ni un solo argumento, Elena... Es sólo una manera de hablar, ella sabe, aunque no los comparta, que los hay, que tenemos argumentos, tantos que jurídicamente es ya un tema zanjado. Pero políticamente no, digamos las cosas como son.

Más allá de debates intelectuales, la partida que se juega a ras de suelo, a pie de calle y en tiempo real no admite discusión: han pasado ni sé la de años, hemos padecido presiones inmisericordes y para según quienes y contra según quién ha valido casi todo. Y aún así, los Alardes de San Marcial y Hondarribia siguen siendo abrumadoramente mayoritarios, han recibido el respaldo de jueces y tribunales, cuentan con sentencias definitivas y asentadas verdades jurídicas igual de inapelables. Y reciben muchas menos críticas que tiempo atrás, diría incluso que han ganado apoyos y defensores allende el Bidasoa. Es algo que se percibe, se reconoce. 

Al inicio de la polémica, finales de los noventa, me preguntaba cómo era posible que quienes criticaban con dureza nuestra posición no vieran, aun estando lejos, lo que clamaba al cielo incluso con el cronómetro a cero: el Alarde era la excusa y el objetivo, la politización de la fiesta a cualquier precio. Y en esa maraña de intereses encontrados la izquierda abertzale se sabía ganadora, demasiados años de experiencia a sus espaldas, experta en echar la red y pescar en río revuelto, aunque en Irun y Hondarribi volvían a puerto, una y otra y otra vez, sin capturas. Era algo tan evidente que fuera de nuestra comarca la mayoría ni lo vio. Y aunque la estrategia era clara hemos de reconocer que, enarbolando el valor de la igualdad y la no discriminación como bandera, se toparon con un mirlo blanco, una reivindicación legítima y necesaria como pocas otras, una realidad política emergente que ganaba protagonismo en las agendas de partidos e instituciones. El caldo de cultivo apropiado y se generó la tormenta perfecta: los unos nos convertimos en proscritos para los medios y nuestros detractores en poseedores de la verdad. Y ellas, de entre ellos, en heroínas, las nuevas pioneras de los derechos de la mujer, nuestras salvadoras...

La opinión pública trazó una férrea barrera que nos dividía a irundarrak y hondarribiarrak en dos: o verdugos o víctimas. Tiempos duros, muy duros, para muchos, sin distinción. Porque, llegado este punto, no quisiera pasarme de frenada y hacer lo que reprocho a otros haber hecho: no soy amiga de negar la realidad, lo evidente, es cosa de necios, una actitud muy arriesgada y de poco fiar. Digo que el sufrimiento, la desazón, no es patrimonio de nadie y que me consta que partidarios de una y otra manera de sentir han sufrido mucho, en lo personal, en su entorno. Y no digo todos ni todos igual pero no reconocerlo así sería sencillamente, mentir. Lo que no admito, sin embargo, es callar ante la manipulación que del sufrimiento de todos, pero singularmente de los suyos, han hecho durante años los dirigentes intelectuales –permítaseme la expresión- del alarde mixto, igualitario, no discriminatorio, democrático, participativo y el resto de adjetivos que utilizan -los necesitan todos- para arrimar el ascua del victimismo a su sardina y camuflar lo que ha sido -aún lo es- una batalla exclusivamente política. 

Creo, sinceramente, que el velo ha caído, que la verdadera cara de la reivindicación a favor de la igualdad y los derechos de la mujer se percibe justo como lo que siempre ha sido: simple apariencia y mucha manipulación. De ahí el creciente desinterés de la opinión pública ante un asunto que durante muchos años ha llenado cientos de horas y miles de páginas en los medios de comunicación de este país y donde, paradójicamente, se negaba lo evidente: la renovada versión del vetusto jaiak bai borroka ere bai que, en los años de plomo, se hizo dueño y señor de las fiestas populares en Euskadi y Nafarroa. En Irun y Hondarribia nunca lo consiguieron, los Alardes nunca sirvieron de plataforma para desplegar sus consignas políticas. La igualdad, los derechos de la mujer, la no discriminación... qué regalo, la coartada perfecta...

He leído, está en las hemerotecas, en la red, hay tanta información al alcance de un simple click... que si campañas de boicot a comercios y profesionales, que si listas identificando a partidarios del Alarde Mixto haciendo pública su orientación sexual, que si organización y consignas para el insulto, la coacción y las agresiones, que si una Ertzaintza que no protege su integridad, que si autoridades que les ningunean… mentiras, medias verdades, manipulación... Y unas cuantas cintas de video que lo atestiguan, viejos artículos, fotos olvidadas, declaraciones judiciales, la verdad...

Pero no he leído, porque no está en las hemerotecas, la verdad de unas agresiones acreditadas por sentencia judicial o confirmadas por un parte de lesiones y varios días de hospitalización, no he visto las imágenes y filmaciones de las provocaciones y culatazos desde las filas del mixto hacia el público de las aceras, o a esos policías locales de Irun con la camisa hecha jirones ni los enfrentamientos de uniformados manifestantes y otros sin uniformar con agentes de la Ertzaintza… Y qué decir de aquellas pancartas de grandes dimensiones colgando de paredes y puentes en muchos pueblos de Gipuzkoa con la foto, nombre y apellidos de partidarios del Alarde Tradicional acusándoles de opresores, ZAPALTZAILEAK!, tiempos de violencia, tiempos salvajes, diana perfecta… Una evidencia silenciada -lo que no está en los autos no está en el mundo, que decimos los juristas- corre el riesgo de caer en el olvido y la normalización. Desde aquí un emocionado y sincero reconocimiento hacia quienes, a la luz de la desinformación, parecen no haber sufrido cuando sufrieron mucho, muchísimo, lo indecible.

Sin embargo es suficiente con lo que está en el mundo para comprender que la percepción de las cosas, en la gente, en los medios y en muchas instituciones -lo sé, no en todas- ha cambiado y en según dónde o en quiénes, radicalmente además. Que ya no basta con afirmar que, cada año que pasa, son más los seguidores y manifestantes del desfile mixto, porque todos sabemos contar; que no es suficiente vender la incorporación de una nueva compañía cuando nace troceando las exiguas filas de un cada vez más exiguo desfile; ni siquiera sirve reconocer, ya sin ambages, que reciben ayudas y subvenciones para financiarse porque es público y notorio que, de otro modo, desaparecerían; o callar que para premios y distinciones deben tocar puertas ajenas a las de su municipio, triste alternativa, qué pobre bagaje personal, qué mísera política la de bajos vuelos.

Porque las apariencias ya no engañan a nadie. Que no es suficiente con alardear para hacer Alarde.
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Elena Etxegoyen Gaztelumendi
(Publicado en BIDASOALDEA, Junio 2014)