domingo, 25 de diciembre de 2011

El Misterio, Moraíto Chico...




















Me dijo hace mucho, si puedes, no te lo pierdas… Pero yo no podía estar la tarde-noche del jueves veintidós de diciembre en Bilbo. Tampoco estaba segura de querer ir porque no sabía ni sé nada de flamenco salvo que escuchar según qué o según a quién me emociona, no sé por qué, ni ocurre siempre. Pero cuando pasa, cómo decirlo, se me mueve algo por dentro. Pero el jueves veintidós no podía. 

Será porque me quedé con la copla que a los días leí en “El País” que iban a celebrarse en Madrid dos conciertos similares, el segundo de los cuales coincidía con la última reunión del Consejo en este año. Y me dije que tal vez no fuera mala idea acercarme hasta la Sala Coliseum de la Gran Vía y ver qué era eso de “Flamenco por Moraíto Chico”. No tenía nada que perder, Madrid a solas me mata y era jueves por la tarde. Y sin avión de vuelta hasta la mañana siguiente. Así que ¿por qué no? Pues porque no. Porque las cosas o se hacen bien o es mejor no empeñarse. 
Que ya empeñada como estaba me encontré con un escueto y rotundo NO HAY ENTRADAS en la taquilla del teatro y a un par de revendedores que no insistieron demasiado, la verdad, sabían ya que harían su agosto en pleno mes de diciembre. Porque el aforo estaba vendido desde el mismo día en que se pusieron a la venta las localidades y en marcha la Fila O. Que aquello, más que un concierto al uso, era la reunión de lo más granado del mundo del flamenco en homenaje a Manuel Moreno Junquera, Moraito Chico, un guitarrista de renombre internacional y un hombre muy querido, quedaba claro. He leído que dicen de él que fue un artista de los pies a la cabeza, que fue alguien sencillo, directo, cabal y sensible, que tocaba con la misma generosidad igual con el más grande que con uno cualquiera de sus vecinos del barrio de Santiago de Jerez, que su toque era profundo, enduendado y su técnica de la buena la mejor, puro compás, capaz de extraer el alma del fondo mismo de la guitarra o acariciar las cuerdas con una delicadeza imposible. Resumiendo, que ni pagando hubiera tenido yo silla, taburete o rincón a oscuras desde el que poder disfrutar lo que -en palabras de no se quién en la crónica de no recuerdo qué diario del viernes- hizo de Madrid un fortín del cante grande y se homenajeó al soniquete personificado que fue Morao. Así, algún día entraremos “por la veréa”... 

El flamenco tiene su propio lenguaje, sin duda… mecer el tercio, reencarnación sonora, brillar el Duende, siguiriyas, soleá, por bulerías, el Misterio, pelear el cante, hondo quejío, universo jondo, acompañar al toque… Sólo por eso, así, ya de entrada, me llama, me busca. Y cada vez más a menudo, me encuentra. Enrique lo sabe. Y sabe lo que no cabe en los escritos, no sé si de flamenco pero sí de lo que éste provoca, de lo que hace sentir. Y Enrique me conoce. Por eso insistía sobre el concierto de Bilbo, si puedes, ve… Pero no fui, el jueves veintidós no podía. Y bien que me pesa. Por eso creo que se lo debo, que le debo a Enrique estas palabras, de alguna forma es como si él las hubiera puesto allí donde estuvieran antes. Porque si. Que yo no entiendo nada de flamenco pero algo tiene, algo hay, lo que sea que sea, que me conmueve. 

Ojalá un día sepa cómo atravesar el puente que lleva del estremecerme a sentir el Misterio, como él lo llama. El mismo puente, seguro, que atravesaron todos quienes, en homenaje al hombre bueno que fue Moraíto Chico y que moría este verano, abarrotaron el teatro Coliseum de Madrid o la sala de la Filarmómica de Bilbao y antes el Palacio de Deportes de Jerez, que tanto da que da lo mismo. Que el arte, como emocionarse, no sabe de credos, distancias o banderas. Como la mano amiga. En este caso, la mano amiga de mi amigo Enrique, D. Enrique Montiel Sánchez. 

Eskerrik asko, Enrique. Maite zaitut.


Entre que amanece y anochece, la Navidad...


EGUBERRI ON! 
FELIZ NAVIDAD!