viernes, 27 de diciembre de 2013

Verso a verso

Yo crecí subiendo y bajando las escaleras que separaban mi casa de la de la amona, rodeada de primos, de virutas de madera y de libros, repletas las estanterías... Las enciclopedias en la zona alta, las colecciones de los grandes clásicos, de novela iberoamericana, esas primeras publicaciones de Vargas Llosa o García Márquez y el último premio Planeta que todos los años, sin faltar uno, la tía Añun regalaba a la ama por el día de la Inmaculada, los libros de tapa blanda del Reader Digest, los de doble tapa, las mil y una noches y todos los cuentos... 

En el piso de abajo las cosas eran distintas, algo así como viajar hacia atrás en el tiempo, los libros también. Eran más pequeños, de encuadernación oscura y bastante viejos, mimetizaban de forma natural con la madera de muebles y alacenas, recuerdo el olor a cera... Y su razón de ser, porque cada cual tenía su lugar, su sitio, resultaba bastante risible en una casa sin reglas como ésa pero así era y así se respetaba… la antigua habitación de Koteto, el enorme hueco en la pared sobre la tximeneta, el alto aparador de la recocina y al final del largo pasillo, la galería… Y en la galería, la preciosa kutxa de madera tallada por el attona.

Esa kutxa guardaba unos libros grandes de tapa dura, olían a viejo pero no lo parecían.  Y aunque nunca pregunté por qué, porque daba por hecho que aquél era su lugar, me extrañaba que esos libros tan especiales no tuvieran un sitio de honor en las estanterías…  Ama Lurra, Vida Vasca, Arana y Goiri, Euzkotarren istorioa y yo qué sé cuántos más… Recuerdo también una pila de revistas amarilleadas y una caja llenita de fotos y papeles escritos a mano. Me fascinaban esos libros, los “libros del attona Roman”, tenían algo de misterioso que es lo mismo que decir magia. Todo discurría a cámara lenta cuando abría aquel arcón. Y cómo pesaba esa tapa... 

Libros y más libros repartidos en las dos casas de mi niñez, libros y libros pero muy poquita poesía, muy poquita por no decir nada. Pero todo llega. Que si Dios escribe poesía con renglones torcidos a veces lo hace sobre las cinco líneas negras de un pentagrama. Digo que llegó con él. 

Hoy Serrat cumple 70 años, ahí es nada. Y cientos las canciones. Podría elegir cualquiera de las suyas porque si algo me gusta del Nano es cómo dice sus cosas. Pero ésta fue para mi la primera de todas, la primera canción y mi primer poema, una puerta que ya nunca después he cerrado.

Proverbios y Cantares, una cinta de cassette regalo del aita, año setenta y muy poco. Serrat y Machado, mano a mano, verso a verso... Va por él, por ellos. Por los tres.

Caminante, son tus huellas el camino y nada más...