lunes, 29 de enero de 2024

Tres columnas, tres, que firma Carmen Oteo en el Diario de Jerez, triple regalo... 📑📑📑














______ Deshacer el pasado


Los que lo han vivido lo saben. Nada más desgarrador que ver deshacerse la casa de los padres entre peleas de hermanos, recuerdos revueltos y dolorosos, reproches insignificantes, omisiones clamorosas, heridas abiertas de un dolor profundo que no hacen sino incrementarse con el paso los años. Y la aparente indiferencia y el yo no quiero nada y el esto lo dijo papá y aquello mamá lo sabía. Todo se vuelve en blanco y negro y las caras se ensombrecen de desencanto y frustración. Es como volver a la niñez sin inocencia, para ser infelices y culpar a los demás de lo que hemos terminado siendo.

Soy vieja en esto, muy vieja, porque he visto desde niña deshacerse grandes casas ajenas. He visto el daño que produce abrir un cajón, el desgarro al encontrar una nota manuscrita, el dolor al hacer recuento de platos y cubiertos. El desconcierto al sacar un tablero que ya nunca más se podrá poner sobre la mesa para que quepan todos porque, hace ya mucho, que, unos y otros, fueron desertando de ese quirófano de operaciones a corazón abierto que es una comida familiar.

Aunque se repartan por sorteo y en lotes iguales las cosas de una casa, siempre habrá aquel que no esté de acuerdo, que piense que le ha tocado el peor lote (lo lleva pensando desde que nació) o el que ni tan siquiera acuda a recoger sus cosas porque piense que su vida es otra cuando él sigue siendo el mismo. En todas las casas hay al menos un díscolo y, en algunas, lo son todos.

Se queda en la memoria para siempre, como en las paredes, la suciedad marcando el rastro de los cuadros que estuvieron allí colgados. La suciedad cuadriculada de un paisaje que por tanto tiempo nos acompañó y fue nuestra seguridad y hoy nos hace vulnerables.

Poco se puede hacer cuando a la vida llega el momento de deshacer la casa. Percibir que todo es regalado, incluso el dolor que produce. Que ya hemos recibido lo que somos cada uno. Que es posible querer a nuestros hermanos, a cada uno de ellos sin juzgarlos, aunque no lo sientan y no los comprendamos y nos hayan hecho sufrir mucho. Dejar que pase el tiempo y un día poner una bonita mesa con manteles, platos y cubiertos de entonces, con un centro de flores delicado, con el mimo y entrega de una madre. Una mesa que nos recuerde a aquellas en las que ya nos peleábamos de niños y creíamos que éramos felices. Y llamarlos y que acudan a esta otra casa que habrá que deshacer un día.

Diario de Jerez y otros del Grupo Joly
Carmen Oteo Barranco
2024 01 14_



_______ El plumero

Se le ve a usted el plumero”, me ha escrito más de un lector en su sagrado espacio de los comentarios que se publican a pie de página. Lo curioso es que también me sueltan con sorna algunos amigos: “Carmen, tú es que no te mojas en los artículos”. Yo siempre agradezco a unos y otros lo que me dicen porque pienso que es una gran suerte que me lean y un acto de generosidad que lo comenten.

Resulta extraño que llame la atención que se me vea el plumero y a la vez que piensen que no me mojo, no tanto por la contradicción en sí, sino porque yo, el plumero, lo llevo siempre bien visible para que se me note sin tener que hablar de él. En los artículos y en la vida lo exhibo sin el menor pudor. El plumero ideológico, el religioso, el de la amistad, el del compañerismo, el de los placeres, el de todo aquello que cimenta lo que soy. Los exhibo, pero no hago proclamas, ni confesiones de fe porque tengo la experiencia de que muchos de los que enarbolan los grandes conceptos lo hacen para servirse de ellos. La ideología es pensamiento y responsabilidad, la religión es creencia íntima, la amistad es amor del bueno, el compañerismo es respeto y profesionalidad. Las mejores cosas de la vida se defienden a través de nuestros comportamientos que han de ver los demás en nosotros sin necesidad de carnés ni de medallas ni de confesiones públicas.

Por eso me enorgullece que me digan que se me ve el plumero. Lo llevo como una vedette al bajar las escaleras en esta revista de variedades que es la vida: sin mirar al suelo, abierto a la espalda mientras me contoneo para que me miren, formando parte del cuerpo de baile porque una no es una estrella ni tiene las piernas lo suficientemente largas. Lo llevo como si me estuviera pintando Tolouse-Lautrec en el Molen Rouge en una suerte de elocuente intimidad exhibida.

Y sí, también me ilusiona que me digan que no me mojo. Entiendo que quieren decir que no digo continuamente donde profeso y que me escapo de la actualidad siempre que puedo. Tienen razón. De vez en cuando, escribo un artículo que satisfaga a los que me quieren ver chorreando para poderme dedicar a lo que de verdad me interesa. Pero, además, no quiero que me encasillen porque no soy capaz de no ver buenas razones en los demás y algo de torpeza en las mías. Lo hago, no para eludir contar lo que pienso sino para que conozcan mejor mi intemperie, que es la de todos.

Diario de Jerez y otros del Grupo Joly
Carmen Oteo Barranco
2024 01 21_



_______ Azar y tiempo


Tan interesante como detenerse en las obras al visitar un museo es observar a los demás mirando los cuadros o pasando casi de largo. Descubrir a los que intentan hacerse una foto ante una pintura célebre, a los vigilantes que nos miran de reojo o a los copistas que se afanan por estar a la altura de obras inalcanzables. Afinar el oído para escuchar a los guías con sus saberes comunes y académicos o el comentario fascinante de alguien que siente una verdadera emoción ante un cuadro. Visitar un museo es mirarlo todo, mirarse, mirar.

Hubo un tiempo en que soñé con vivir en Madrid sólo para poder escaparme a diario al Museo de El Prado. Acudiría a la caída de la tarde, que se puede entrar gratis, a ver una obra cada visita y, así, salir alimentada hasta el día siguiente de luz y de pintura. No ha podido ser y, por eso, cuando voy, tengo los ojos nuevos de quien sólo de tarde en tarde vuelve a emocionarse en el reencuentro con los cuadros y la historia que cada uno me trae consigo. El día que por poco pierdo el tren por detenerme más de la cuenta ante “La familia de Carlos IV”, aquel otro que estaba tristona y “Las Meninas” me consolaron o cuando pedí quedarme un poco más, sólo un poco más, delante del retrato del organista de Vicente López.

Amenaza el ministro de Cultura, con hacer una revisión de los museos estatales para superar un marco colonial y apoyar a autores borrados o censurados. No sé qué quiere decir con eso, pero suena a poner las sucias manos de la política en el arte, a pretender imponernos un catecismo cultural por el que se rescriba la historia, cuando los museos españoles pueden presumir, no digamos El Prado, de gestión y criterio, de saber plantear interrogantes, de hacernos reflexionar con exposiciones temporales. De verdadero conocimiento frente a ocurrencias y conveniencias políticas.

Yo llevaría al Sr. Urtasun a la milenaria Cádiz y a su museo. En él conviven los sarcófagos fenicios, la arqueología romana, los zurbaranes de la Cartuja de Jerez, la pintura barroca y la del XIX y la contemporánea; las marionetas de la Tía Norica y todos los visitantes subyugados. Se ha formado este museo con la sabiduría que a Cádiz le da mirar al mar y ser una ciudad abierta y, como todos, gracias a una mezcla de azar y tiempo. Cualquiera se empequeñece ante tanta riqueza y diversidad. Hasta un fugaz ministro de Cultura que sepa mirar de verdad.

Diario de Jerez y otros del Grupo Joly
Carmen Oteo Barranco
2024 01 28_
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