Una mañana de trabajo frenético y desordenado desde primerísima hora. Tanto que he optado desde el minuto uno por la compañía de música clásica sonando con ganas desde el altavoz de sobremesa y no por la habitual, que suele ser la radio, sonando también cerca pero más bajito. Digo que ha sido sólo hace unos minutos cuando he conocido la noticia que a estas horas ya ocupa los titulares de todos los medios de comunicación y su ventana en redes sociales: la muerte de Mario Vargas Llosa.
No es una cuestión de generosidad mal entendida por mi parte, yo no soy nadie salvo una lectora voraz y agradecida desde que mi padre, antes que yo igualmente voraz y mucho más generoso, puso en mis manos mi primer libro, que para contarme historias en voz alta ya estaban ellas, mi amona Bale y mi amona María. Pero es que un día, por lo que fuera, empezaron a fascinarme las estanterías repletas de libros en mi casa y los libros forrados con papel de estraza en el piso de abajo, la casa de la amona, el olor dulzón y húmedo de la madera encerada, ese olor tan característico de los libros viejos y que la entonces niña que yo era desconocía, los libros que escondía la kutxa del attona Roman, en fin... ver a mi padre leyendo en su sillón con un flexo de luz bien cerca -y en verano, además, un pequeño ventilador de mesa que pesaba un quintal y tenía forma de moscardón, os lo juro, al menos para los ojos de la mocosa que yo era- o abriendo una y otra vez lo que luego supe era un diccionario, era algo natural en mí y lo quería tanto... pienso que será por eso que fui sintiendo una atracción creciente por esas estanterías repletas, esos libros tan dispares entre sí y tan llenos de palabras... pura fascinación... Todo esto viene a cuento de que la primera vez que supe de Mario Vargas Llosa fué leyendo su nombre, sílaba a sílaba y ayudada de mi dedo, en la portada de unos de los libros del aita, creo que fue 'La ciudad y los perros', no lo recuerdo del todo bien... Pero sí que el primero que yo leí fue 'La tía Julia y el escribidor', qué tendría yo, 16 o 17 años... Y luego ya muchos otros. Aunque siempre le ganó en mi querencia más íntima y personal el gran Gabo... pero ésa es otra historia...
Largo preámbulo para ubicar en el rompecabezas sentimental que va del corazón a la cabeza, el tira-y-afloja que sabe lo mismo de admiración que de desapego, que intenta distinguir, aunque sin conseguirlo del todo, entre el escritor que me conmueve y el personaje en el que, consciente o no, se convirtió y que alimentó groseramente. Y es esto lo que me produce rechazo, no que uno haga uso de su libertad como mejor considere. Con todo diré que me resulta sencillo identificar -y reivindicar- aquello que sí merece la pena, que me merece la pena... sí, hablo por mí, o sea, a quién puñetas puede importar... pero lo comparto porque tal vez haya quien se sienta reflejado en lo que digo: Mario Vargas Llosa es un maestro, uno de los grandes de la Literatura, un creador, un magnífico hacedor de historias, con las que he disfrutado mucho, mucho, mucho y de las que he aprendido mucho más... leerlas, leerle, ha sido un auténtico placer, un regalo impagable...
Será por eso que leer hoy según qué comentarios en redes sociales y muchos titulares, demasiados diría yo, de diarios que se dicen serios, hablando de mujeres y braguetera, me produce una infinita tristeza, una que es así... Por eso, seguramente, una entrevista o similar que un medio reproduce hablando de Vargas Llosa con Juan José Armas Marcelo, me ha conmovido hasta la raíz... ya os digo, no tengo remedio... ni quiero... la comparto...
Mario Vargas Llosa... Agur! Goian bego.
Descanse en paz.
____________ J. J. Armas Marcelo no ha pegado ojo. El escritor y periodista, uno de los grandes amigos españoles de Mario Vargas Llosa, recibió la noticia de su muerte a las dos y media de la madrugada, hora española, por boca de Pedro Cateriano, exprimer ministro de Perú y autor de una reciente biografía política de Vargas Llosa. "Yo suelo hablar los domingos con dos amigos peruanos, Cateriano y Alonso Cueto, el escritor más cercano a Mario. A la una y media de la mañana hablé con Pedro, y una hora después me estaba llamando de nuevo para decirme que Mario había muerto. Me he trastornado, me he sentado en el sillón y aquí estoy todavía", explica por teléfono a El Independiente pocas horas después de conocer la triste noticia. Además de amigo desde hace cincuenta años, Armas Marcelo dirigió la Cátedra Mario Vargas Llosa desde su creación en 2011 hasta 2020.
Al parecer, su fallecimiento se esperaba desde el sábado. El escritor llevaba varios días sedado. La familia aguardaba la llegada desde Damasco de su hijo Gonzalo, destacado en Siria como representante de ACNUR. Aterrizó en Lima el domingo por la mañana. Según Armas Marcelo, los dos covid que atravesó el escritor dificultaron mucho el tratamiento de la leucemia que padecía y que presumiblemente ha sido la causa de su muerte.
Tras conocer la noticia, Armas Marcelo llamó a Patricia Llosa, esposa del escritor, con la que habla todas las semanas y mantiene "una cercanía de hermanos. Es la esposa y la prima de mi hermano mayor", la "mujer excepcional" que le recibió en Perú sin mayor reproche público después de su vistosa etapa junta a Isabel Presysler. "La vida de Mario", señala Armas Marcelo, "ha estado siempre manejada, y muy bien manejada, por dos mujeres: los negocios, los derechos de autor, las compras, las ventas, todas esas vainas económicas las llevaba a la perfección Carmen Balcells. Lo doméstico, lo familiar, lo sentimental lo llevaba Patricia. Porque Mario no sabe llevar negocios, solo sabe escribir. A los dos meses de separarse de Patricia se muere Balcells. Se queda doblemente viudo. Y en casa de Isabel Preysler". Ahí empezó según Armas Marcelo su "decadencia intelectual". "Fue poco a poco perdiendo la memoria. Íbamos cada 15 días a comer un cocido y a revisar las cosas de la vida y del mundo, y se olvidaba de los nombres, se equivocaba. Estaba perdiendo facultades, y eso se notaba incluso en los últimos artículos de El País, que yo he terminado por pensar que no estuvieron escritos por Vargas Llosa. No tenían la profundidad ni el estilo, eran superficiales, primarios. También en los últimos libros, como el de Galdós".
Esa pérdida de facultades desembocó en lo que Armas Marcelo define como "una solemne estupidez": cuando puso todo en manos de su hijo mayor Álvaro y de Gerardo Bongiovanni, director de la Fundación Internacional para la Libertad que presidía Vargas Llosa y en la que quedó integrada su cátedra en 2020, cuando salió de la misma Armas Marcelo. "Ahí no había nada más que poder y dinero", asegura. "No sé por qué a Mario le convencieron de aquello. Durante los primeros años tuvo su criterio y lo imponía, pero cuando él decae se lo comen. En la fundación había gente sensata, pero mezclada cada vez más con toda la escoria ultraderechista de América, y todo eso Mario ya no lo controlaba. Le hacen hablar en las elecciones peruanas nada menos que con Keiko Fujimori, lo cual era una traición a todo lo que Mario había representado en Perú y lo que había dicho durante 40 años, pero de eso ya no se le podía culpar a él. En algún momento de lucidez se daba cuenta, pero se callaba la boca".
Este nuevo núcleo duro de guardianes del legado de Vargas Llosa es lo que disuadió a Armas Marcelo de cogerse un avión el pasado sábado e irse para allá. "Pensé que lo mismo no caía bien mi presencia, aunque tenemos una amistad con ellos desde los años 70, con independencia de las diferencias ideológicas. Cuando me preguntan en qué coincidíamos, yo siempre digo que en las ideas en todo, en la ideología en nada. Era casi un librepensador, como yo".
En esta noche en vela, Armas Marcelo ha repasado esos recuerdos de casi medio siglo de relación.
"Voy a ir recapacitando sobre las cosas que ahora ya puedo contar. Podría escribir un libro, aunque estoy con una novela y quiero terminarla. Pero esta noche me he acordado mucho del viaje del Nobel, y de cuando en 2006 fuimos con él a Estocolmo una jauría de escritores y profesores vargasllosianos invitados por el Cervantes. 'Los suecos van a creer que estamos haciendo lobby', me decía. ¿Y qué te crees que estamos haciendo, Mario? Alquilando un barco para ofrecer una cena a los académicos, dándoles langosta y paella, hablando con ellos para demostrarles que no eres un monstruo que se come a los niños crudos... Cuando pasamos por delante del ayuntamiento de Estocolmo, donde tiene lugar la ceremonia del Nobel, le dije, mira, ahí es, cualquier año te toca. 'Eso para mí se acabó', me dijo. Al día siguiente todos los periódicos daban la noticia de su conferencia, un gigantede las letras universales que no tiene el Nobel, los periodistas avergonzados de que no lo tuviera."
