La silueta de Aiako Harria juega con
nosotros según giremos la rosa de los vientos, quiero decir que parece una
montaña distinta dependiendo del lugar en el que alcemos la mirada para verla. Su
cresterío es a veces desafiante, otras acogedor, no es lineal ni redondeado, se alarga y serpentea cual culebra de piedra o se enrosca en espiral. Ahora tiene tres picos, ahora no, dos, tres, cuatro... Es todo y todo al mismo tiempo, es cuanto parece que es
aunque nos parezca mentira, es una montaña mágica, al menos para mí, la atalaya natural a la que se asomaron, desde que el mundo
es mundo, mis antepasados.
Será por eso que cada vez que piso su
cima, singularmente la de Hirumugarrieta, y apoyo mi espalda contra esa roca
milmilenaria y miro allende el mar, siento cómo cada cosa recupera su lugar, cada
recuerdo, cada promesa, cada desafio… Me noto llena de energía y en paz. Y es
en ese instante cuando el tiempo se para y me siento empequeñecer. Y me
encanta.