_______ En el Barrio de Santa Cruz, en la antigua judería, hay una callejuela que parte desde La plaza de Doña Elvira y desemboca en el Callejón del Agua, muy cerca de la Calle de la Vida. Esta tortuosa calle, que antes tenía el nombre de Calle de la Muerte, actualmente se llama Calle Susona. La historia de la Susona que le da nombre está resumida en un azulejo sobre la puerta de la casa que habitó su familia a finales del siglo XV. Ésta es la historia...
Año de 1481... un siglo largo de persecución sin tregua a los judíos, miles y miles de muertos, y miles de conversos... Así las cosas, la colonia de judíos de Sevilla fraguaba un complot para hacerse con el poder de la villa y vengarse, con el apoyo de musulmanes, en justa represalia por la represión que los judíos venían padeciendo a mano de los cristianos in illo tempore. La conspiración estaba encabezada por el banquero Diego Susón, a la sazón padre de Suona Ben Susón, conocida como Susona, una joven a la que los lugareños decían también, “la fermosa hembra”, que debía ser un rato guapa la moza...
Susona mantenía relaciones amorosas con un chaval de noble y cristiana familia. Un día supo, por azar, de las andanzas de su padre y compañía. Así, temiendo por la vida de su enamorado, le puso al corriente de la cosa rogándole que se pusiera a salvo. Pero el muchacho lo que hizo fue informar a don Diego de Merlo, capitán de Sevilla, quien ordenó detener a los cabecillas de la conspiración. Fueron juzgados, condenados a muerte y seguidamente ajusticiados en Tablada, lugar de ejecución de los peores criminales, cuyos cadáveres permanecían todo un año colgados a la intemperie. Una vez recogidos sus restos, se enterraban en el cementerio de ajusticiados en el Compás del Colegio de San Miguél, frente a la Catedral.
Esta fue la suerte que corrieron Diego Susón; Pedro Fernández de Venedera, mayordomo de la Catedral; Juan Fernández de Albolasya, el Perfumado, letrado y alcalde de Justicia; Manuel Saulí; Bartolomé Torralba, los hermanos Adalde y así hasta veinte ricos y poderosos mercaderes, banqueros y escribanos de Sevilla, Carmona y Utrera.
A partir de aquí termina la historia y comienza la leyenda, de la que existen al menos dos versiones: según una de ellas, repudiada por la comunidad judía y también por su novio cristiano, una desesperada Susona busca ayuda en la Catedral, donde el arcipreste Reginaldo de Toledo, obispo de Tiberíades, la bautiza y le da la absolución, aconsejándole que se retire a hacer penitencia a un convento, como así hizo. Permaneciendo allí muchos años para, finalmente, volver a su casa donde llevó una vida ejemplar hasta su muerte. La otra versión, diametralmente opuesta, cuenta que el susodicho obispo la visitaba asiduamente en el convento donde se recluyó, terminando por enamorarse de ella. La sacó de allí y se la llevó con él, manteniendo una larga relación de la que nacieron dos hijos. Finalizada ésta comenzó otra con un pudiente especiero de la villa pero que tampoco llegó a buen puerto. Después de muchos tumbos, terminó sola, pobre y apartada de todos.
En cualquier caso, fuera cierta una o la otra versión, cuando Susona muríó y se abrió su testamento, encontraron el siguiente mandato... “y para que sirva de ejemplo a los jóvenes en testimonio de mi desdicha, mando que cuando haya muerto separen mi cabeza de mi cuerpo y la pongan sujeta en un clavo sobre la puerta de mi casa familiar y quede allí para siempre jamás”.
Se respetó su voluntad. Y durante más de un siglo, hasta bien entrado el 1.600, allí permaneció la cabeza de Susona. Macabro motivo por el cual la calle fue conocida durante muchos años como de la Muerte. La cabeza terminó por pudrirse y fue sustituida por un candil, que se cambió, definitivamente, por un azulejo donde se muestra su calavera. Azulejo que, en la actualidad, se acompaña de otro nuevo y de gran tamaño donde se resume la historia de la fermosa hembra Suona Ben Susón, conocida que fue como Susona. Al igual que se conoce hoy a la que fuera, antaño, Calle de la Muerte, una callejuela que parte desde La plaza de Doña Elvira y desemboca en el Callejón del Agua, muy cerca, eso sí, de la Calle de la Vida.
Del Barrio de Santa Cruz, laberinto maravilloso de la Sevilla más callejolera que nadie imaginarse pueda.
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