Su madre lo mismo me mata por compartir la foto pero cĂłmo no hacerlo, que estos dĂas tengo a su attona, al aita, clavado en el corazĂłn, su sonrisa y la mirada de gato etxegoyen. Y me digo cuando la miro, cuando miro a Lur, que mi viejo serĂa tan pero tan feliz...
Fue llegar June y sentir que todo, digo lo que fuera que le hubiera tocado vivir -esa generaciĂłn suya, crĂos apenas cuando estallĂł la guerra, no lo tuvo fácil- habĂa merecido la pena. Digo que si la felicidad se puede ver o tocar bastaba con mirar cĂłmo la miraba.
Cuando llegĂł Romantxo el camino estaba hecho y además Ă©l, attona viejo, ya se sabĂa de vuelta. Por eso echĂł el resto con el que sabĂa serĂa su Ăşnico nieto, porque sentĂa que por mucho que viviera, lo que fuera, le iba a saber a muy poco. Y asĂ fue. Aunque en sĂłlo diez años, apenas nada, attona y nieto construyeron juntos algo tan suyo que, todavĂa hoy, permanece. Y me maravilla... se parecen tanto además, cada vez más... la vida perra y generosa al mismo tiempo...
Pero a lo que iba... Al aita le encantaban los txikis: hablaba con los bebĂ©s, un decir, lo mismo que con los enanos que reciĂ©n empezaban a andar o comiĂ©ndose el mundo, pero igual de frágiles, se montaban en su primera bici, le gustaban todos y con todos sabĂa disfrutar. Y no, no lo decĂa tan abiertamente como la ama -a ella le gustaban los muttikos por encima de todo- pero yo sĂ© que las niñas eran su debilidad. O, si no, June, su niña de ojos color uva, hizo, para quĂ© disimular, que asĂ fuera. Ha pasado una vida, incluso varias... Y ahora soy yo quien se ve mirando.
Miro a Lur, tan sensible y risueña como es, tan suave, tan bonita... Y pienso, lo sĂ©, quĂ© feliz serĂa el aita sĂłlo con verla.
Quiero creer que, de algĂşn modo, lo hace, nos mira, nos ve, nos cuida... el amor, siempre...
Beira atta, gure Lurtxo, zein politta den...
Maite zaitugu, denok...



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