martes, 26 de diciembre de 2023

Beñardo García Etxeberria_Jurdan Arretxe_Noticias de Gipuzkoa

Beñardo García, el presidente
que sacó brillo al chocolate
Beñardo García dedicó 17 años al club de sus amores, una era marcada por grandes triunfos y duros sinsabores
Jurdan Arretxe
Mayo de 1991. Pabellón La Albericia. Un rifirrafe en el Teka-Barça hace que la visita del Bidasoa a Santander diez días después, con el subcampeonato en liza, se dispute a puerta cerrada. El club irundarra, ligado desde ocho años antes a Elgorriaga, acostumbra lanzar puñados de monedas de chocolate al público. En Artaleku y también fuera, pero en Santander la grada estará vacía. ¿Qué hacer?

El presidente del club, Beñardo García, Beñardo a secas, halló una solución de las que se le ocurrían a él. Por encima de todo estaba cumplir con la obligación publicitaria. Su andadura como dirigente estuvo marcado por conseguir cada día más dinero para consolidar el club. Fueran los patrocinadores, fuera la rifa de la langosta. Con mucho respeto al que ponía el dinero y a las obligaciones que acarreaba. El mismo respeto que exigió en Zagreb cuando volaban sillas y la Policía cargaba contra 10.000 croatas que convirtieron la Copa de Europa del Bidasoa en una batalla campal. La Federación Europea (EHF) quería salir de allí y entregar el trofeo en la cena oficial en el hotel. No, espetó Beñardo. Cuando todo pase (el equipo estaba recluido en el vestuario), la Copa se entrega en la pista. Para algo se ganó en la pista.

Allá culminó la gran obra que empezó en Essen en 1988. En su primera participación europea, el Elgorriaga alcanzó las semifinales de la Copa de Europa. En Alemania perdió por 22-7. Un baño de realidad como sumergirse en el frío océano a 5.000 metros de profundidad.

El proyecto siguió, como lo hizo después del robo de Milbertshofen, donde una encerrona épica y unos colegiados yugoslavos que se jubilaron tras ese partido dejaron al Bidasoa sin una Recopa que enfilaron en la ida de la final en Irun. “Me dieron ganas de mandar todo a tomar viento. Solo porque pensé un minuto en los jugadores, que no tenían la culpa”.

Había que seguir caminando. Beñardo lideró un triángulo con el entrenador Juantxo Villarreal y el gerente José Antonio Errazquin. Un triángulo que tenía más de tres ángulos, que no se entendía sin las personas que entraban y salían de sus juntas directivas, con las gestiones al más alto nivel del exconsejero del Gobierno Vasco Javier Zuriarrain, y que no se entendía sin Elgorriaga y su propietario francés, Jean Claude Poirrier: “No sé por qué, a ese hombre le caí bien y creía en lo que yo le decía”.

No era la fómula de la Coca-Cola, pero casi. Un equipo “de pueblo” que, Villarreal dixit, llegó a convertirse en un club que había logrado ponerse cada año el objetivo de “aspirar humildemente a todo”. Una misión casi imposible porque todos los años, irrepetible cada uno de ello, muchos equipos luchan por lo mismo, pero copa hay una. Muchos conjuntos parecían más altos, más guapos y más fuertes que el Bidasoa, pero el club irundarra no era menos que nadie.

Fue la manera que aquel “equipo de pueblo”, el primer vasco de la historia en ganar una Copa de Europa (1995), y su presidente encontraron para enfrentarse al mundo y dominarlo en 1995. Con un mandatario vehemente en sus convicciones y en sus obligaciones. También al vivir los partidos. “De monja no iba a estar”. Vehemente para atender a todo aquel que lo necesitaba y merecía atención, y vehemente para no perder el tiempo con quien veía que se le acercaba a hacerlo perder. Una vehemencia que a los 24 años le costó su puesto como jugador del equipo. Una vehemencia que le dio al Bidasoa la Copa de Europa.

Un presidente que en su visión de las cosas hubiese preferido pagar a los jugadores según su rendimiento (hubo demandas por bajas prestaciones en 1997, el año que ¡el club ganó la Recopa!). Un presidente que se fiaba de su intuición. La que le hizo volverse de París cuando con Errazquin iba camino a la Polonia soviética a fichar a Bogdan Wenta. Algo le decía que no iba bien y del aeropuerto Charles de Gaulle, al TGV y de allí, a casa. La segunda intentona, de la mano de Zuriarrain, completó una misión propia de película de espías y traer a Irun al mejor jugador del mundo.

“Acertar acertamos, pero también hemos traído cada tarugo que...”. Quien tiene boca se equivoca, reza el dicho, y en el club color oro también cumple esta norma. También en sus años más brillantes, los que la muerte de Beñardo ha traído de vuelta en muchas conversaciones del deporte de Irun y Gipuzkoa para acabar un 2023 que también nos ha robado los beaterios y sus apuntes con brillantina.

“No pintábamos nada ninguno de los de la junta directiva: éramos obreros del Bidasoa para que los jugadores estuvieran lo mejor posible”, dijo Beñardo. Él e Iñaki de Mujika, que bien supo lo que se sufría como presidente y directivo de cualquier club (el Real Unión, en su caso), quizá recuerden ya las aventuras y las desventuras de tantos años de profesión, sufrimiento y pasión.

Como la de aquella tarde de mayo de 1991 en Santander. Antes de empezar el encuentro, como cada partido, Beñardo cumplió con la obligación del patrocinador y, de paso, denunció la sanción federativa al Teka de su querido José Antonio Revilla, a puerta cerrada con el subcampeonato en juego. Aquella tarde, Beñardo volvió a sacar brillo al chocolate: subió por las escaleras de La Albericia y se puso a lanzar chocolatinas.


       26·12·2023